Un libro del escritor venezolano, Octavio González.
Si nos ajustamos a los conceptos rígidos de la teoría literaria, encontramos que esta obra no es precisamente un libro de cuentos, puesto que ninguna de las historias que conforman la totalidad se ajusta a la estructura aristotélica: presentación, nudo y desenlace; sin embargo, aunque las historias no tengan un conflicto propiamente dicho porque no hay un protagonista persiguiendo un objetivo ni un antagonista que se le enfrente, dichos relatos conforman una unidad temática y esta fusión literaria viene dada por el tratamiento fabulístico que persigue el autor.
Estamos frente a una obra que nos va enhebrando desde el primer al relato el número ciento ocho y esa conexión se logra por la relación que nos acerca a los personajes; esos animales pensantes, sufridos, capaces de cambios emocionales, que desfilan por la cuerda de nuestras experiencias reales o lectoras y nos hacen recrear la vida con todas sus implicaciones.
Al final se convierte en un libro dirigido al lector moderado, es decir, que sólo busca entretenerse, salir del mundo real para recargar sus energías y hallar en la ficción el placer de vivir momentos nuevos y placenteros; esto lo convierte en una obra valiosa y útil y ahí su mérito puesto que va dirigido a generar una experiencia sensorial donde la imaginación y la sensibilidad humana se ven favorecidas. Invito, pues a leer El ornitorrinco que quería ser escritor
