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Las vacaciones de verano habían llegado, y Ana estaba emocionada porque su tía Rosa la había invitado a pasar unos días en la playa junto a su primo Toño. Ana no podía esperar más, sabía que sería una aventura inolvidable.
Al llegar a la playa, el sol brillaba alto en el cielo y el mar parecía saludar con sus suaves olas. Ana y Toño corrieron descalzos por la arena, sintiendo cómo se deslizaba entre sus dedos. Ambos decidieron que lo primero que harían sería construir un gran castillo de arena.
"¡Vamos a hacer el castillo más grande de todos!", exclamó Toño, mientras Ana le pasaba un balde lleno de arena. Trabajaron juntos, formando torres y murallas, decorando con conchas que encontraban en la orilla. El castillo se veía impresionante, y ambos estaban muy felices con el resultado.
Después, se sentaron bajo la sombrilla, disfrutando de un helado que les había traído su tía. Mientras el sol bajaba lentamente en el horizonte, Ana se sintió muy agradecida por poder compartir esos momentos tan divertidos con su primo y su tía. Se dio cuenta de que las vacaciones no solo eran especiales por el lugar, sino por las personas con las que estaba. Estaba feliz de poder pasar esos días rodeada de cariño y risas.
Al final del día, Ana y Toño corrieron una vez más hacia el agua, salpicándose y jugando bajo el atardecer. Mientras el sol se ocultaba, Ana pensó en lo afortunada que era por poder disfrutar y compartir momentos así con su familia.
