But at that moment the worst happened: the doctor came out and informed Angela that her mother had become ill and had died. Then Angela, without caring about her surroundings, began to scream and cry like crazy. She felt a part of her heart break and her tears began to roll down her cheeks creating furrows and rivers that would roll down to her hands. The perfect makeup came undone and her face was washed, swollen, red with pain: the superficial mask of perfection had fallen.

Those around her looked at her in amazement: it was a society so accustomed to impeccable, splendorous beauty that when they saw that young woman disheveled, like a disheveled doll, their eyes were filled with astonishment.

But Angela did not care. At that moment the pain was so great that nothing and no one mattered. She had realized that maybe she could put a mask on her face to hide her physical features, but she could never put a mask on her heart to hide her feelings.

All images are in the public domain and the text was translated with Deepl

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Una sociedad de máscaras
Era el año 2050 y toda la población mundial estaba acostumbrada a mostrarlo y verlo todo: la vida de cada ser humano se transmitía y seguía a través de las redes sociales. Desde el momento en que se despertaban, comían, se aseaban e incluso dormían, las personas informaban de todo a través de las pantallas de sus teléfonos celulares.

Quien no lo hacía, era señalado como una persona socialmente muerta. Cuantos más seguidores y visitas tenían sus vídeos, más importantes e influyentes eran considerados. Por eso Ángela, una adolescente, se preocupaba por subir cada segundo las cosas que hacía:

-Aquí estoy comiendo un sándwich y estoy con mi mejor amiga, publicaba Angela en sus redes, siempre presentable y hermosa.

En aquella época la búsqueda de la perfección era la gran meta, el gran sueño. Todos los ciudadanos del mundo mostraban lo mejor que tenían: la mejor sonrisa, el mejor traje, la mejor casa, el mejor coche, las mejores vacaciones. Cada uno era mejor que el otro y al final era una competición silenciosa.
Ángela era una adolescente y como cualquier adolescente era fácilmente influenciable, volátil, pero también estaba pasando por ese periodo en el que las hormonas hacen de las suyas. Para Angela una tragedia cotidiana era un grano, una mancha, el pelo despeinado.

Al estar constantemente expuesta, Angela y todos los seres humanos habían aprendido a pasar largas horas frente al espejo tratando de ocultar sus imperfecciones: era así como grandes capas de maquillaje funcionaban como la máscara perfecta.

Un día, la madre de Angela se sintió muy enferma y ésta tuvo que acompañarla al médico. Angela, como salía con prisa y preocupada, no se fijó en su atuendo y apenas reparó en su maquillaje. A Ángela le bastó con colgar una foto y un vídeo suyo en las redes, como siempre, para que todo el mundo la criticara y humillara:
_¡Qué fea eres, tienes acné, tienes ojeras!

Álgela se sintió angustiada. En lugar de culpar a los demás por sus comentarios negativos, se criticó a sí misma por haber salido sin arreglarse y a su madre por haberla hecho salir con un aspecto tan inapropiado.

_No debería haber salido con esa pinta", pensó Ángela con tristeza, "ahora todos mis amigos se burlarán de mí y conocerán mis imperfecciones". Entonces, allí mismo, en el hospital, empezó a maquillarse: ocultó sus ojeras, sus manchas rojas, sus cicatrices. En otras palabras, se puso una máscara.

Pero en ese momento ocurrió lo peor: salió el médico e informó a Angela de que su madre había enfermado y había muerto. Entonces Ángela, sin importarle su entorno, comenzó a gritar y a llorar como una loca. Sintió que una parte de su corazón se rompía y sus lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas creando surcos y ríos que se deslizaban hasta sus manos. El maquillaje perfecto se deshizo y su cara quedó lavada, hinchada, roja de dolor: la máscara superficial de perfección había caído.

Los que la rodeaban la miraban asombrados: era una sociedad tan acostumbrada a la belleza impecable y esplendorosa que cuando veían a aquella joven despeinada, como una muñeca rota, sus ojos se llenaban de asombro.

Pero a Ángela no le importó. En aquel momento el dolor era tan grande que nada ni nadie importaba. Se había dado cuenta de que tal vez podía ponerse una máscara en el rostro para ocultar sus rasgos físicos, pero nunca podría ponerse una máscara en el corazón para ocultar sus sentimientos.