El déjà vu lo catapultó en un viaje que cambió todo sin mover nada en varios sentidos.

—¿Qué extraño? ¡Tengo la sensación de que ya viví aquí! ¡Todo me es tan familiar! ¡Uf…! Ya dudo de mi pasado.

William se mudó al Japón con la esperanza de encontrar el porqué de la situación que lo inquietaba desde que tenía consciencia: el sentirse des-ubicado en tiempo y espacio, desarraigado, un extraño entre lo suyos.

Quienes lo conocían, incluso sus padres, pensaban que él era algo peculiar, por no decir extraño, y que disfrutaba de la soledad y hacía preguntas sin muchos sentidos con base en sus sueños. En ocasiones, causaba miedo al relatar eventos futuros con lujo de detalles que al cabo de poco tiempo se cumplían con exactitud.

Él aprendió a guardarse para sí, aquello que afirmaba, ya lo viví, y que aterrorizó a más de uno. En la medida que creció, indagó en las fuentes a su alcancé para desentrañar aquel supuesto don o maldición, que lo sumía en una especie de ostracismo.

Con frecuencia manifestó dificultad para expresar sus ideas. Por lo que su madre, convenció a su marido para someterlo a pruebas diagnósticas. Primero, la consulta con el psicólogo, y luego con un neuro científico especializado en lingüística, quien como parte de sus experimentos lo sometió a un par de resonancias magnéticas costosas y que determinó que el cerebro de William era completamente normal.

Así creció entre lo suyos, incomprendido.

Ya de adulto, y luego de formarse como meta ingeniero para una corporación de investigación de entornos virtuales, conoció a través de la interfaz de pruebas a Ima: una colega y joven japonesa quien también mostraba síntomas como los suyos, a pesar de que estaba en otro lado del mundo. Una quien, como él, había comentado sus déjà vu y causó cierto furor entre los afectados que le granjeó el calificativo de bruja. ¡Y es que pocas cosas maravillan y asustan a la gente, cómo el saber de antemano el supuesto devenir!

De cierta manera, ambos compartían la sensación de estar atrapados entre el pasado y el futuro, impedidos de disfrutar el ahora perpetuo.

Tokio le pareció abrumador. Edificios imponentes con publicidad repleta de caracteres logográficos, pictogramas en colores vibrantes, que danzaban emparentadas, ascendentes y descendente, retando a su entendimiento fijado por su lengua nativa. Por fortuna, para él, las gafas de prueba fungían de traductor universal en tiempo real.

Miles de personas, caminaban a su lado. Sin apretujarse y con los rostros marcados por la urgencia del tic tac en sus muñecas. La soledad se dejaba colar inexorablemente.

—¡Dios mío! ¡Qué locura es esta!

De repente, sitió el bulto aplastante encima de él. En un pestañear se vio a sí mismo transportado a un lugar informe, en donde los colores confluían en un sin fin de extremos, marcados por la presencia y la ausencia.

—¿Dónde estoy?

Por primera vez, sintió estar afuera del déjà vu.

En la acera, yacían, tanto William, como el joven suicida, quien presumiblemente abrumado por la exigencia de la perfección y la competencia, tomó una mala decisión. No obstante, las personas seguían en su marcha, evitando mirarlos y cuidando de no tropezarlos en la maratón de una vida regida por el ciclo forzado por la linealidad de los eventos.

En la otra acera, Ima, había contemplado impávida la escena. Corroboraba su propio déjà vu: uno, en donde ella cuidaba de William hasta su despertar del estado de coma. Pero… para su sorpresa era la primera vez en su vida que no vio más allá de eso, como si se hubiese roto el eslabón de la relación causa-efecto en sus visiones.

William cayó en cuenta de que veía en todas direcciones, tal como si él fuese el centro de una esfera. Buscó sus manos, más no las encontró en donde las sentía.

—¿Morí? —, exclamó perplejo sin articular una palabra. Él era la voz.

—No. Yo sí. Bueno, algo parecido.

—¿Quién habla? —Agudizó la visión infructuosamente.

—Yo. Aunque… me puedes llamar Tanaka. Tal como me llamó mi madre terrenal, allá afuera, cuando ella recibió mi libro del tiempo en forma de bebe.

—¿Libro del tiempo? ¿Acaso, eso existe? ¡Hasta donde sé, el tiempo no existe! ¡Es solo una invención o presunción del hombre para explicar los efectos en la materia! Uno, que está ligado intrínsecamente al espacio. ¡Un momento!! ¡Espera! ¿Te conozco? Fuiste tú, quien me trajo aquí al caerme encima.

—Sí, disculpa. Solo seguía el guion de mi propio libro en la página que se cruzaba con el tuyo.

—¡Enséñame tu libro!

—No puedo, ahora estoy afuera de el.

—¿Qué insinúas?

—Exacto, lo que piensas.

William meditó en el permanente déjà vu vivido, y comprendió que él era un lector ávido en la gran biblioteca en aquel lugar que llaman vida.

—Dime, ¿por qué te aventaste al vacío?

—¡Así estaba escrito!

—¡No me engañes! ¡Cuéntame las razones verdaderas! ¿Acaso, tú careces de libre albedrío? Si es así, ¿entonces, cuál es el propósito de vivir?

—¡No me atosigues con tus preguntas! ¡Yo no escribí tu libro del tiempo! En todo caso, aprovecha y dedícate ahora, más bien, en vivir tu presente.

—¿Cuántos presentes existen?

—Muchos y ninguno, incluso, la nada. ¿Acaso… puedes ver el final y el comienzo en un círculo? Imagina a una esfera en donde encontrar el centro y la superficie, es difícil al estar expresado por el infinito.

—¿Por qué tú, un suicida, sabes más que yo de dónde estamos?

—No lo sé. Tan solo sigo mi propio libro del tiempo.

—Estoy soñando.

—No… eres consciencia pura en evolución que viajas en un entorno no lineal.

—¡Creo que estoy en unas de esas simulaciones que desarrollamos en la empresa!

Abrió los ojos, y vio a Ima sentada al borde de la cama donde yacía.

—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

—Tres meses. —, contestó con una sonrisa la hermosa japonesa.

—¡No lo creo! ¡Me parece solo breves instantes! —Contestó William intentando sentarse.

—¡La vida es breve! —sentenció Ima, seguido de una larga pausa.

—¿Dónde estoy?

—Aquí, en mi casa.

—¿Por qué?

—No lo sé con certeza. Mis déjà vu no me revelan el futuro como si fuera pasado como antes. Supongo, que ahora vivo el presente, y tú debes ser una parte especial de mi vida, una que me agradaría explorar.

William se perdió en la profundidad de aquellos ojos rasgados, color castaño, en busca del déjà vu que tampoco llegó. En su interior, la idea y el sentimiento se unieron en perfección, empezaba un viaje al presente, en la que escribirían a ciegas las páginas de una versión alternativa de un libro de tiempo en común.